jueves, 23 de octubre de 2014

OTRA HUELLA DE TINTA... entre tantas de arena

Desde que era chico, allá en lo remoto de mí (antes de nuestra era), empecé a escribir de todo, narraciones de aventuras, dramas, poemitas; y yo mismo me autoeditaba, ilustraba unas libretas de escuela, y me convertí en mi lector favorito. Es el secreto que guardamos: lo que realmente somos. Mi primera novela fue de amor, con un final feliz pero veraz. Una de mis hijas guarda esas ex-huellas. Yo me creía único, qué engreído, hasta que me enamoré de la prosa de Martí y conocí a Stephen Dedalus. Luego intenté en serio ser escritor, pero los censores me creyeron profano y "diversionista ideológico", un término aplicado a los herejes modernos, y esos castigadores me arrebataron un premio y boicotearon mi vocación. Por poco me hago el hara kiri como John Kennedy Toole, pero mi madre me aconsejó dar una vuelta completa a la brújula. Y seguí el ejemplo de Dedalus. Pero también otros ejemplos -el de los libros, de los guerreros buenos y de la historia- que liberan al espíritu de las cadenas que oprimen a la multitud. La escalera literaria no es fácil de ascender, pero es una grandiosa experiencia. Nunca te quedas solo, y por muy escarabajo que seas la escritura te hace libre. Tantos manuscritos, tanto silencio, tanto hombre roto, y ahora me decido a publicar una novela de suspenso, un thriller. No es justamente eso, no debí ponerle título. Es más bien mi manera de revelarme/rebelarme, no más muros interiores, hay que soñar.


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